“Yo soy maestra, toda mi vida di clases de apoyo. Mi padre, Rodolfo, vino de Europa ya que, como era costumbre en aquel tiempo, se venían primero los hombres. Él, a los dos años de estar acá, ya estaba trabajando en el Club Alemán como carpintero, incluso llegó a hacer varias embarcaciones. Después todo eso se quemó en un incendio que consumió todo.

Recuerdo de aquella época el tranvía de la Barra…

En la estación de Belvedere esperaba hasta el último ciudadano, venía gente hasta arriba del techo. Los guardas eran como de la familia, a mi me tocaban pito para ir a clases. Siempre lo veíamos venir desde Lecocq, una cosa que era como un paseo. El placer nuestro era ver cómo la gente se subía en Semana Santa. Era impresionante el movimiento. El boleto costaba cinco centésimos. Cuando tenía cinco o seis años vimos pasar por arriba el Graf Zeppelin, desde el Parque Lecocq… aquella mole impresionante… desde el centro lo vieron mejor. Así como también vimos después al Graf Spee, cosas que marcan. Acá vinieron varios marinos, hermosos muchachos, a veces sin piernas, sin brazos. Por desgracia, aquí los alemanes estuvieron muy asimilados a los nazis; en aquellos años se los perseguía mucho.”

Entrevista / 22 de julio de 2005